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Entrevista a Rodolfo Gill Duarte a sus 95 años de edad

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Cortesía de ABC Paraguay. 23 DE OCTUBRE DE 2016

| INGENIERO RODOLFO GILL DUARTE, A SUS 95 AÑOS

Las máquinas para impedir el desarrollo no están en la calle, están en la política

Por Entrevista de Hugo Ruiz Olazar

“Yo no guardo rencores contra nadie. El odio solamente perjudica al que odia. El odiado ni siquiera sabe que usted le odia”, reflexiona a sus 95 años el ingeniero Rodolfo Gill Duarte, primer director de la ANDE, ex-Mopoco, exiliado por Stroessner más de 30 años en Venezuela. En esta entrevista el que fuera perseguido político advierte que la democracia nunca será estable mientras haya gente con el estómago vacío.

© Victor Gill

© Víctor Gill Ramír

–Llegar a los 95 años con buena salud en general no debe ser casualidad…

–Los doctores me dicen que estoy como estoy por la gimnasia…, pero tampoco fumo ni bebo.

–¿Mucho deporte?

–De joven practiqué remo, vóley, era malo en el fútbol… Estuve en la Marina. Por mis notas fui uno de tres becados para hacer una pasantía en la Armada argentina. Fue un gran honor recibir esa beca, pero todos rechazamos.

–¿Por qué?

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–Sencillamente porque no queríamos perder la antigüedad. Nos castigaron por eso. Yo fui a parar dos años en el Km 160 de la línea del ferrocarril de Puerto Casado. Con aquel incidente quedamos fuera de la milicia. Ya en la democracia me dieron la máxima condecoración de la Marina paraguaya como un reconocimiento. En el plano militar no vale tanto la capacidad como la antigüedad. Creo que es un error.

–¿Un rebelde?

–Bueno, yo activé de muy joven en el Partido Colorado. Era vicepresidente con Roberto L. Petit del Comité Central de la Juventud Colorada. Simpatizaba con los que formaron después el Movimiento Popular Colorado (Mopoco).

–¿Su profesión?

–Ingeniero civil. Me recibí en Río de Janeiro en el 52. En el 54 Stroessner me nombró director de la ANDE, que en esa época se llamaba Luz, Agua y Transporte, dependiente del Ministerio de Obras Públicas. Me vino bien. Ya era un casado prematuro desde mis tiempos de estudiante (sonríe frente a su esposa, Graciela Ramírez Meza).

–¿Hace cuánto?

–Hace 67 años (1949). Tenemos seis hijos, casados, 30 nietos y 30 bisnietos. Me aguantó bastante. Esta mujer me acompañó a todas partes en mis años de exilio.

–¿Cuando fue al exilio?

–En 1956, ya en la primera purga de colorados…

–¿A dónde lo mandó Stroessner?

–Primero estuve en Perú, no más de seis meses. El resto estuve en Venezuela, hasta 1989, cuando cayó. Estaba de director de ANDE cuando me llamó un día y me dijo que tenía que irme afuera. “¿Por qué no se va dos o tres años…?”. Me dio el cargo de consejero de embajada, pero me embarcaron al día siguiente. Creo que temía alguna huelga de obreros si ellos llegaban a saber de mi destitución. Hice varias reformas en la institución, incluso reformas sociales. Los trabajadores me tenían en consideración. En mi administración también llegó el gran lote de aquellos famosos “Merceditas”, los primeros buses de pasajeros. Se compraron para reforzar al tranvía. Asunción crecía muy rápidamente…

© Victor Gill

© Víctor Gill Ramírez

–¿Cómo funcionaba la luz en esa época?

–La usina de Sajonia era termoeléctrica. Dos calderas trabajaban a gas y las otras a leña. La mayor parte de los trocillos venían por el río Paraguay y otros en camiones. Con la bajante del río la leña no llegaba. Pasamos momentos difíciles… Conmigo entró (Enzo) Debernardi, que venía de (estudiar Ingeniería en) Italia.

–Su colega…

–Cuando nos hicimos cargo del Ministerio de Obras Públicas con el general (Marcial) Samaniego, él era secretario privado de Storm, el ministro saliente del gobierno de Federico Chaves. Estábamos negociando los primeros cinco millones de dólares para la primera parte de agua corriente de Asunción. Samaniego no lo quiso como secretario a Debernardi. Yo le dije: “yo creo, ministro, que lo vamos a necesitar porque habla bien inglés. Ni usted ni yo hablamos inglés”, le dije. “Bueno, entonces, egueraha nendive (llévelo con usted)”, me dijo. Debernardi fue buen ejecutivo. Él tuvo un gesto noble que recuerdo. Cuando volví recién del exilio en el 89 fue a visitarme al hotel. Él ya era ministro de Hacienda de (Andrés) Rodríguez. Se fue al hotel con todos los miembros de su gabinete. “Vengo, ingeniero, a pagar una deuda con usted”, me dijo, al recordar aquella escena de 1954 en la que decidimos su futuro. Me llevó a visitar Itaipú con toda mi familia. Me ofreció después un banquete.

–¿Por qué lo mandaron a Venezuela?

–En Venezuela estaba el régimen del dictador (Marcos) Pérez Jiménez, que era muy amigo de Stroessner. Le ofreció un crédito para la construcción de unos puentes. Me mandaron a Caracas para atender los detalles del préstamo. También tenía el cargo de consejero de embajada. Pérez Jiménez cayó en 1958. Se exilió primero en República Dominicana y después en España. Su esposa y sus hermanos se asilaron en nuestra embajada. De ahí partieron al exilio. Hay un dato curioso que no muchos conocen. Pérez Jiménez bautizó con el nombre de Boquerón I y Boquerón II los dos túneles que atraviesan la montaña que divide Caracas del aeropuerto (Maiquetía). Fue en homenaje al Paraguay.

–¿Quién era embajador?

–Carlos Montanaro. Creo que era tío del ministro del Interior (Sabino). Tanto él como yo renunciamos y nos acogimos al derecho de asilo cuando Stroessner suprimió la Cámara de Representantes ese año 58.

–Venezuela era refugio de opositores a las dictaduras en los 60 y 70…

–Sí, yo conocí a muchos de ellos. Había dictaduras en Chile, Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay… Venezuela nos acogió a todos y nos dio trabajo para sostener nuestras familias.

–¿Quién sucedió a Pérez Jiménez?

–Rómulo Betancourt. Muy pronto el nuevo gobierno me ofreció un cargo de asesor en el Ministerio de Obras Públicas. Llegué a director de Planificación Vial. Allí trabajé hasta el 89 como ingeniero. Me mandaron a varios países antes de la construcción del metro de Caracas. Estuve seis meses en París. Decidimos copiar el sistema de metro francés.

–Hizo su vida en Venezuela…

–Cuando cayó Stroessner me embarqué a Asunción al día siguiente. Estuve en la marcha que celebró la caída. Fui convencional constituyente en el 92 y regresé a Venezuela ya como embajador. Estuve ocho años más desde el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, pasando por (Carlos José) Velázquez, (Rafael) Caldera y los primeros tiempos de (Hugo) Chávez…

–¿Está difícil Venezuela?

–Es un desastre, lamentablemente. Hay una debacle económica tremenda.

–¿No calcularon que iba a terminar así, en un régimen autoritario?

–Cuando comenzó Chávez hubo mucha esperanza, pero muy pronto cubanizó Venezuela. Chávez se enamoró de Fidel Castro y copió el modelo cubano. En realidad es una dictadura disfrazada de democracia, un sistema marxista que acabó con la libre empresa, la propiedad privada. Mi hijo mayor, que es veterinario, vendió todo –tenía una pollería con 180.000 pollos– y se vino para acá. Invierte su dinero en engorde de ganado.

–¿Llegó a aplicar su experiencia aquí?

–Cuando era intendente el actual ministro Enrique Riera me llamó para construir la Franja Costera. Estuve año y medio. Por falta de fondos el proyecto no continuó.

–¿Falta de fondos?

–Los créditos del BID se canalizan a través del gobierno central. Había celos políticos entre los mismos colorados.

–¿Qué Gobierno?

–Estaba entonces (Nicanor) Duarte Frutos. Como ve, las máquinas para impedir el desarrollo no están en la calle, están en la política. Escucho que Riera, ahora como ministro, anda rogando otra vez que no le pongan palos a la rueda para afrontar la emergencia edilicia de las escuelas. Somos muy intolerantes.

–¿Cuánto rencor se acumula haber sido obligado a vivir afuera?

–Yo no tengo rencores contra nadie. El odio solamente perjudica al que odia. El odiado ni siquiera sabe que usted le odia. Provengo de una familia muy cristiana. Nos enseñaron a perdonar, a ser tolerantes, pacientes, pero también a vivir en democracia y en libertad. Los líderes políticos no deben olvidar tampoco que la democracia nunca puede ser estable mientras haya gente con el estómago vacío. Yo pienso que para luchar contra esa intolerancia no tenemos que cansarnos de inculcar en la escuelas y colegios la hazaña de nuestras mujeres de la posguerra, aquellas 130.000 mujeres heroínas que reconstruyeron el país en 1870 y aquellas que, de nuevo en la Guerra del Chaco, nos sostuvieron económicamente ante la emergencia, porque el soldado campesino tuvo que abandonar forzosamente su campo para ir al frente de batalla. Una vez más la economía y la producción quedaron en manos de las mujeres. Esos tres años de la Guerra del Chaco se batieron récords de producción agrícola y ganadera. Esa parte de la historia es muy pocas veces resaltada por los historiadores. Por eso, no sin conocimiento, el papa Francisco ha expresado más de una vez su gran admiración por la mujer paraguaya y dice con convicción que es la más heroica de América Latina. Tuve la fortuna de casarme con una mujer luchadora como toda descendiente de las Residentas..

© Victor Gill

© Víctor Gill Ramírez

–¿Cuál es la mayor inquietud de un hombre de 95 años?

–A mí me preocupan los ancianos, aquellos ancianos que no tienen el privilegio que yo tengo de estar apoyado por mis familiares. Hay que cuidarlos. Todos tienen una trayectoria hecha. Cada uno trabajó hasta donde pudo, educó hijos, aportó desde su lugar al país y… no pueden ser olvidados, marginados. Se necesitan a esta edad de muchas atenciones, medicinas, muchas cosas que la sociedad olvida. Yo sé que hay cada vez más grupos, organizaciones no gubernamentales, entidades de beneficencia y también instituciones oficiales que dedican más espacio en su servicio a los ancianos. Pero hay un déficit en nuestro país en comparación con otros donde ellos tienen prioridad en todo. Finalmente, la familia es lo más preciado que uno tiene.

holazar@abc.com.py

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